domingo, 28 de junio de 2015

DOMINGO 13º del Tiempo Ordinario

      Una mujer con flujos de sangre que los médicos no saben curar. Una niña a punto de morir, incluso dada por muerta (Evangelio: Marcos 5, 21-43). Una sociedad injusta, desnivelada, en la que unos disfrutan de todo y otros mueren de miseria (2ª lectura: 2 Corintios 8, 7-9. 13-15).

      ¿Quién podrá vencer al mal, que es enfermedad, necesidad, injusticia y muerte?

      Porque Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser (1ª lectura: Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-25). Pero ¿lo podemos creer contemplando tanto dolor del mundo? Quizá no lo podemos entender, pero sí podemos saber qué hace Dios, mirando a Jesús: curar, dar vida, atender a todos los que lo necesitan; y esto no es solo el trabajo de Dios, sino también el nuestro.

      En casa de Jairo se rieron de Jesús, pero no importa, él a lo suyo, a curar, a dar vida. Son los otros, los que trabajan para la muerte y la injusticia, los que se equivocan.

domingo, 21 de junio de 2015

DOMINGO 12º del Tiempo Ordinario


      El libro de Job crea las más bellas imágenes para sugerir la grandeza de Dios, que pone límites al mar y frena su arrogancia (1ª lectura: Job 38, 1. 8-11). ¿Cómo tendremos una imagen de Dios? ¿Será suficiente contemplar lo más magnífico de sus criaturas, el mar, la montaña, la tempestad?
      Jesús duerme en la barca, en medio de la tormenta (Evangelio: Marcos 4, 35-40) que aterroriza a los discípulos. Pero no hay nada que temer si Jesús está con ellos.
      Es una preciosa imagen de la Iglesia, azotada por todos los vientos y las tempestades. Nada hay que temer si Jesús está en la barca. Podemos escuchar hoy para nosotros la palabra de Jesús: «¿Aún no tenéis fe?». Y es que el que vive con Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.
      No estamos oprimidos por el temor, sino que «nos apremia el amor de Cristo» (2ª lectura: 2 Corintios 5, 14-17). Pero si nos preguntamos como los discípulos «¿quién es este?», tenemos la respuesta: el hombre lleno del Espíritu, del Viento de Dios.

domingo, 14 de junio de 2015

DOMINGO 11º del Tiempo Ordinario


      Jesús es un enamorado de la naturaleza, especialmente de las plantas. Sus ojos pueden ver en ellas el poder de Dios, su sabiduría y su paciencia.


      El Evangelio (Marcos 4, 26-34) nos acera a uno de sus temas más queridos, la vida vegetal, las plantas, la semilla, el crecimiento. El hombre duerme y la semilla sigue germinando, desde dentro hacia fuera, en silencio, de día y de noche, por la acción de Dios. Una semilla parece pequeña y frágil, pero de ella surge una planta, incluso un árbol enorme. Así es la acción de Dios, así crece la fe.


      Ese es el secreto de nuestro caminar en la vida, como recuerda Pablo (2ª lectura: 2 Corintios 5, 6-10): «Caminamos sin verlo, guiados por la fe». Y es el secreto de nuestra confianza, porque no nos fiamos simplemente de nuestra mente y nuestro esfuerzo, sino de la acción de Dios. El profeta Ezequiel (1ª lectura: 17, 22-24) ha contemplado ya este modo de actuar de Dios, en lo más íntimo de nuestro ser: plantados por Dios, como una rama pequeñita, llevados por el mismo Dios a toda la plenitud.

domingo, 7 de junio de 2015

DOMINGO. Solemnidad del CUERPO y la SANGRE de CRISTO




      La lectura del libro del Éxodo (1ª lectura: Éxodo: 24, 3-8) nos acerca a un rito prehistórico, casi pagano: matanza de reses, derramamiento de sangre, pacto con Dios… Todos los dioses antiguos exigen oro y sangre, y hasta Israel se contagia en parte de estos ritos.
      Jesús (Evangelio: Marcos 14, 12-16. 22-26) cambia esos signos. No hay matanzas ni pactos. El signo es el pan y el vino. Lo que se entrega a Dios no es un montón de vacas degolladas sino el corazón de cada uno. Y es que la vida entera, la de Jesús y cada uno de nosotros, es una ofrenda a Dios. Como el grano de trigo que muere para ser pan, como el grano de uva que muere para ser vino. Pan y vino que también morirán para darnos alimento y alegría. Todos estamos invitados a comulgar con Jesús, a dar la vida, toda la vida, por los demás.
      La sangre de machos cabríos y toros y el rociar con las cenizas de una becerra (2ª lectura: Hebreos 9, 11-15) no tenía ningún poder de consagrar ni de purificar. Y lo que hacemos en la Eucaristía no tiene nada de sacrificio sangriento, sino de entrega del corazón al Reino, nosotros como Jesús.