domingo, 31 de agosto de 2014

DOMINGO 22º del Tiempo Ordinario

      El Evangelio (Mateo 16, 21-27) completa el del domingo anterior. Jesús ha alabado la fe de Pedro y ha puesto en él su confianza. Pero Pedro todavía piensa que Jesús va a ser un gran rey, conquistador y esplendoroso, como David. No le cabe en la cabeza que Jesús vaya a fracasar muriendo crucificado.

      Jesús lo increpa con dureza, lo llama Satanás, tentador. Pero hay que darle tiempo; llegará un momento, muerto y resucitado Jesús, en el que Pedro mostrará su fe en la mejor fórmula de toda la Escritura: «Dios estaba con él», con el crucificado. Pedro ya estará cambiado, transformando, capaz de discernir entre lo bueno y lo malo, capaz de pensar y actuar como Jesús (2ª lectura: Romanos 12, 1-2). El secreto no está simplemente en el tiempo, en el progresivo conocimiento. El secreto lo expresa muy bien Jeremías (1ª lectura: Jeremías 20, 7-9): «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir».

      Nuestro seguimiento de Jesús no es simplemente un acto de fe racional; es algo más profundo. Jeremías habla de «seducción» que podemos traducir por «fascinación». Jesús nos ha enseñado mucho, pero, fundamentalmente, nos ha robado el corazón.

domingo, 24 de agosto de 2014

DOMINGO 21º del Tiempo Ordinario

      Jesús deposita su confianza en Simón Pedro. Los demás discípulos le han dicho a Jesús lo que la gente piensa de él, pero Simón ha hecho un acto de fe. Y Jesús percibe esa fe como regalo personal del Padre (Evangelio: Mateo 16, 13-20). Más tarde le dirá: «Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos». Y así será. La fe de Pedro no lo libró de negar a Jesús, pero, a pesar de ello, fue la fuerte columna que sostuvo a la comunidad cuando estaba desorientada por la muerte de Jesús.

      Jesús conocía el corazón de Pedro, generoso, entregado a él, pero frágil, demasiado seguro de sí mismo. El «abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento» (2ª lectura: Romanos 11, 33-36) de Jesús puso su confianza en él. Como el rey David, que pone su confianza en Eliacim (1ª lectura: Isaías 22, 19-23), aunque esta narración es muy lejanamente semejante a la elección de Jesús, porque Pedro no recibe poderes sino misión de servicio. Recordemos: «El primero de vosotros que sea como último, que sea el servidor de todos».

domingo, 17 de agosto de 2014

DOMINGO 20º del Tiempo Ordinario

      ¿Dios es de Israel y para Israel? Algunos, incluso teólogos, de la época pensaban así. Pero Dios es de todos.

      Isaías habla de que los sacrificios de los extranjeros también son agradables a Dios (1ª lectura: Isaías 56, 1. 6-7). También Pablo sabe muy bien que todo es al revés de lo que se pensaba en Israel: no solo Dios no es propiedad suya, sino que son ellos los que tienen que acercarse a Dios, que es de todos (2ª lectura: Romanos 11, 13-15).

      Jesús, que se siente enviado por Dios a Israel, parece reacio a curar a la hija de la mujer cananea, es decir, no israelita. Pero hay una fuerza a la que ni Jesús puede resistirse: la fe. Y acaba curando a su hija y admirando esa fe (Evangelio: Mateo 15, 21-28).

      Nosotros, la Iglesia, hemos creído algunas veces que fuera de esta no hay salvación: nos equivocábamos, y lo hemos reconocido. Hoy sentimos angustia por la situación de la Iglesia, como si la viéramos enferma y sin esperanza. También nos equivocamos, porque no creemos de verdad en la fuerza del Viento de Dios. Él es el que acompaña a la Iglesia. Y aunque nosotros hagamos a veces las cosas muy mal, es fiel y merece que nos fiemos de Él.

viernes, 15 de agosto de 2014

Solemnidad de la ASUNCIÓN de NUESTRA SEÑORA

asuncion 

      El texto del Apocalipsis (1ª lectura: Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6. 10ab) tiene poca relación con la Asunción de María. Recibimos un mensaje más eficaz en la carta de Pablo (2ª lectura: 1 Corintios 15, 20-27a) porque lo relaciona con la resurrección de Jesús. La imagen es que la humanidad pecadora superará esa condición: «por Cristo todos volverán a la vida», y se imagina una especie de procesión triunfal hacia Dios: el primero, Cristo, el primogénito, luego los demás. Y nosotros, la Iglesia, hemos añadido un detalle: el primero, Cristo ¿y el segundo? Será su madre. Es como si contempláramos el relato de la Ascensión: Cristo sentado a la derecha del Padre; ¿y a la izquierda? La madre de Jesús. Son imágenes, naturalmente, que expresan la devoción filial del pueblo de Dios a la madre de Jesús.

      La tercera lectura (Evangelio: Lucas 1, 39-56) cambia de género, para incluir el más bello de los piropos, dirigido a María por Isabel: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!». Y termina con el canto de María, poniendo las cosas en su sitio: no se trata de alardes ostentosos, sino de la gran revelación: Dios es de los pobres y para los pobres. Y María es el ejemplo de mujer pobre, por la que se manifiesta el mismo Dios.

domingo, 10 de agosto de 2014

DOMINGO 19º del Tiempo Ordinario

      Pablo nos muestra su corazón entristecido porque su pueblo no ha creído en Jesús (2ª lectura: Romanos 9, 1-5). El profeta Elías siente la presencia de Dios en el monte Horeb, no en el terremoto, ni en la tormenta, ni en el huracán, sino en la brisa suave, que sopla como un susurro (1ª lectura: 1 Reyes 19, 9a. 11-13a).

      El problema es reconocer a Dios. Podemos verlo y no reconocerlo, no creer. Es lo que les pasó a quienes convivieron con Jesús: esperaban al Mesías de Dios pero, cuando lo tuvieron delante, no lo reconocieron y no creyeron en él.

      Sin embargo, un puñado de ellos sí que creyeron, lo creyeron como Señor aun en medio de la tempestad, y cerca de la muerte, creyeron en él. Pedro puso a prueba su propia fe, y descubre que es una fe frágil. Necesita que Jesús le eche una mano (Evangelio: Mateo 14, 22-23). Más o menos como nosotros.

      Necesitamos que el Espíritu, el Viento de Dios, nos eche una mano, porque somos como aquel que le decía a Jesús: «Creo, Señor, pero ayuda mi poca fe».

lunes, 4 de agosto de 2014

ROCÍO DE LA FE: expresión magna de la devoción rociera en Córdoba



Virgen Santa del Pilar: aumenta nuestra fe, consolida nuestra esperanza, aviva nuestra caridad. Socorre a los que padecen desgracias, a los que sufren soledad, ignorancia, hambre o falta de trabajo. Fortalece a los débiles en la fe. Fomenta en los jóvenes la disponibilidad para una entrega plena a Dios. Protege a España entera y a sus pueblos, a sus hombres y mujeres. Y asiste maternalmente, oh María a cuantos te invocan como Patrona de la Hispanidad. Así sea.

S.S. Juan Pablo II

Córdoba era testigo de la gran devoción rociera que se respira, se vive y se consolida, día a día, en su diócesis; el sábado, 16 de noviembre del pasado año 2013, la ciudad vivía la magna expresión de la devoción rociera en Córdoba: el Rocío de la Fe.

Pero, ¿por qué comienzo con la oración a la Virgen del Pilar del ya san Juan Pablo II?; precisamente lo hago porque sea Rocío, sea Pilar, sea Estrella, la Virgen es una, es la misma que dio testimonio de vida de la Obra de su Señor, es la misma que participó del plan redentor del Padre, consolidado y realizado en y por el Hijo, concebido, recibido a través del Espíritu Santo. El que fuera Papa, Juan Pablo II, supo muy bien condensar en esta breve oración toda una plegaria de fe, de esperanza, de caridad, de misericordia, de amor a la Virgen; una plegaria en la que existe el compromiso de nosotros con la Madre y de la Madre con nosotros.

La Virgen María es el pilar sobre el que está asentada la fe de sus hijos, la fe de los que la siguen muy de cerca y de los que se proponen alcanzarla, comenzar el camino, llegar próximo a donde está Ella y lo ha estado en vida, dando testimonio, siendo ejemplo, anunciando la Buena Noticia. La Virgen del Pilar asienta el pilar de la fe; columna sobre la que descansa la piedra angular: Cristo Jesús; en torno al que nos movemos nosotros, sus discípulos, los apóstoles, los santos, los mártires, que dijeron: ¡Fe, hágase en mí!, tras haber buscado a Dios para hallarla, y hallarla para seguir buscando al mismo Dios entre la gente, en el prójimo, en el que necesita consuelo, misericordia, perdón, amor, paz, generosidad y acompañamiento, y ofrecerlo a quien verdaderamente lo necesita, lo añora, lo invoca, porque es amparado por Él, Dios y Rey del Universo.

El 16 de noviembre era un día dedicado a nuestra Madre, en su honor, un día de exaltación a la hija de Sión, de celebración, de gozo y de veneración a la que obró en favor nuestro. Era un día en el que las campanas sonaban a gloria, repicaban por esa gran celebración de fe, de devoción, de gozo al sentirnos hijos de la Madre de nuestro Señor; en ese día estaban presentes, como en el Rocío de Almonte –concretamente en el de la Hermandad de Córdoba–, las campanas de la Fuensanta de barro, que reparten en la Aldea para que suenen cuando la hermandad de Córdoba llega a El Rocío; el 16 de noviembre de 2013 eran repartidas por el centro de la ciudad para que tocasen y tocasen, para que quedasen como recuerdo de tan gran día para Córdoba y su diócesis, incluso para otras muchas personas, de otros lugares, que llegaron a la ciudad movidos por la gran devoción rociera, que se respira en muchos sitios de España y de fuera de nuestro país, incluso fue un gran día para Almonte y su Hermandad matriz, presente con el bendito Simpecado en tal acontecimiento, en tan gran celebración en honor a la Madre de Dios, en el culmen del Año de la Fe.

La acogida de la que gozaron las hermandades de la Diócesis de Córdoba, así como la propia Hermandad matriz, fue excelente. Cada una de las hermandades venidas desde distintos pueblos de la diócesis salieron con su Simpecado, en procesión, desde las iglesias cercanas a la Catedral, donde tuvo lugar el Solemne Pontifical, acto central del Rocío de la Fe. Desde San Pablo partirían la Hermandad del Rocío de Córdoba y la Hermandad matriz hasta la Santa Iglesia Catedral. Allí, se vivieron momentos irrepetibles, únicos, memorables, emocionantes incluso; la llegada fue digna de ser recordada y la solemne Celebración no lo fue menos, sino más incluso. En el Altar mayor del templo primero y principal de la diócesis cordobesa, figuraban los simpecados de Almonte, Córdoba, Cabra, Lucena, Priego de Córdoba y Puente Genil, estos cuatros últimos pertenecientes a las distintas hermandades del Rocío de diferentes pueblos de la Diócesis de Córdoba. La gran celebración estuvo presidida por el Sr. Obispo, Mons. Demetrio Fernández, que acudía a la cita con alegría, orgullo y satisfacción porque el pueblo de Dios, la Iglesia y sus hermandades y cofradías, hacían veneración pública a la Madre bendita del Señor, Nuestra Señora del Rocío, María santísima, que en esa tarde de noviembre se acercaba a la Catedral a visitarnos, a mostrar su gozo para que nosotros correspondiésemos la llamada atenta que nos hace la que fue concebida sin pecado original.

Diversos altares adornaron, embellecieron y fueron ofrenda agradable, en este día, de la ciudad a su Madre santísima; las hermandades de Córdoba volvieron a volcarse, en esta ocasión, por y para celebrar las glorias de María santísima del Rocío. Era verdaderamente un nuevo Pentecostés, el día anterior a la fiesta de los patronos de Córdoba, los santos mártires Acisclo y Victoria, en cuya memoria la liturgia era revestida de rojo en tal día. Tras el Solemne Pontifical, los distintos simpecados serían instalados en sus diferentes carriolas, que iniciaron una bella, grande y devocional procesión extraordinaria rociera por las calles de la ciudad, cuyo punto central estaría precisamente en el centro de la ciudad, en la Plaza de las Tendillas, la plaza pública, donde era manifestada la fe de un pueblo, su devoción a María santísima del Rocío, donde tuvo lugar la bendición por parte del Señor Obispo, quien entregaría unas reliquias de S.S. Juan Pablo II a la Hermandad del Rocío de Córdoba para veneración de los fieles rocieros, como símbolo de la unión entre la devoción rociera y el Papa Juan Pablo II, que hacía veinte años realizó una visita a la aldea de El Rocío, en Almonte, constituyéndose como un momento histórico en el acercamiento a la piedad popular por parte de toda la Iglesia, y siendo para siempre un momento inolvidable para los almonteños y para todos los devotos de la Virgen del Rocío.

Tras el acto en la Plaza de las Tendillas, en el que el Simpecado almonteño presidió el hermoso altar instalado en la céntrica plaza para la ocasión, la procesión extraordinaria seguiría su caminar, en dirección a los nuevos jardines dedicados a la Blanca Paloma, donde tuvo lugar la bendición, por parte del Sr. Obispo, de un triunfo dedicado a María santísima del Rocío; tras ello, en el Alcázar de los Reyes Cristianos tendría lugar una «pará» rociera. En el acto celebrado en las Tendillas, tanto el obispo, como el alcalde, como el hermano mayor de la Hermandad matriz, agradecieron a Córdoba la buena y fructífera organización de esta celebración, la cual ha sido todo un precedente, todo un acto de fe a tener en cuenta por lo vivido con y en ello, por lo sentido y manifestado por el pueblo de Córdoba, unido por y para honrar a su Madre, en esa tarde-noche del mes otoñal de noviembre, digna de ser recordada y rememorada, por su sentir y significado, por ser la propia celebración del Rocío al estilo más puramente cordobés, en la que no faltaron los «¡Vivas!» del hermano mayor de la Hermandad del Rocío de Córdoba. También estuvo presente Villa del Río en dicho acto de fe, con la participación y colaboración de los coros rocieros de nuestra localidad: Amigos de san Isidro Labrador «Alboreá», Semilla rociera, y Paz y Esperanza; así como con la cantaora Isa Durán, que interpretó bellamente, como ofrenda a la Madre del Rocío, la Salve rociera en su honor.

Los caminos para llegar a la Virgen son muchos, lo importante es saber y querer encontrarlos, vivirlos, hacerlos ver y saber a los demás, manifestarlos, por si alguien quiere seguirnos, para no estar solos en el camino, sino acompañados; en el acompañamiento, la acogida, la mano que nos tiende el propio Jesús, en brazos de María santísima del Rocío. Las imágenes tienen un grandísimo valor, no solo artístico o patrimonial, que también, sino un grandísimo valor teológico y espiritual porque en una imagen se nos acerca Dios hasta nosotros, se nos acerca nuestra Madre, María, la Madre del Señor; en torno a una imagen existe toda una devoción mundial, una devoción que arrastra a miles de fieles, que los concentra en torno a la mesa del Señor, que nos hace partícipes del sacrificio, del gozo de la Resurrección, de la alegría del encuentro con el Dios del amor vivo, con el prójimo que tanto amamos, con el que nos requiere, nos necesita, lo necesita a Él. Sintámonos unidos en torno a María, vivamos la fe como Ella, sintamos a Jesús en nuestro interior; Él nunca nos abandona, está a nuestro lado, nos llama para que nos acerquemos. Salgamos alegres al encuentro victorioso de la fe, viviéndola en y desde la devoción rociera, la que emana de María santísima del Rocío, la Blanca Paloma que nos envía Dios para que sea acogida en nuestro ser, y nos sirva en la respuesta que espera el Padre y que hacemos viva en la comunión con el Hijo.

«¡Córdoba!, Cabra y Lucena han ‘venío’ con Priego y Puente Genil, ‘pa’ empaparse de Rocío junto a la Hermandad matriz».

Jesús Cuevas Salguero 3/08/2014

domingo, 3 de agosto de 2014

DOMINGO 18º del Tiempo Ordinario

      «Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero. Venid a por trigo, comed sin pagar vino y leche de balde» (1ª lectura: Isaías 55, 1-3). Ya sabía alguno de los profetas que Dios es alimento delicioso, abundante, y gratuito. Dios agua, Dios pan, Dios vino... En ese Dios se puede creer, porque es lo que necesitamos, alimento, ánimo, consuelo.

      Nos engañan los que hablan de temor, los que prefieren hablar de Dios como juez, los que no saben que es padre, o madre, como se prefiera.

      Jesús culmina este mensaje: abundancia espléndida de pan y de pescado, alimento gratis, reunidos en comunidad. ¿No le suena a Eucaristía? (Evangelio: Mateo 14, 13-21). Jesús seguirá en esta línea, hasta hacer del pan y del vino el mejor signo, el que mejor nos lleva a conocer su corazón, y el corazón de Dios, porque Jesús es como su Padre, o su Padre como él, y en Jesús lo conocemos.

      El fondo de todo esto es el mensaje básico de Jesús, que transcribe muy bien Pablo: «Nada podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Jesucristo» (2ª lectura: Romanos 8, 35. 37-39).

sábado, 2 de agosto de 2014

Beatificación del Año de la Fe: 522 testigos de la fe son beatificados mártires


España es una tierra bendecida por los mártires; los mártires no eran combatientes, no tenían armas, creían en Jesucristo y lo daban a conocer al mundo, lo acercaban a la gente, por ello nos invitan a perdonar, y, por ello, la Iglesia, en actitud correspondida con ellos y con el mismo Jesucristo –que la fundó–, no busca culpables sino quiere glorificar a los mártires porque merecen admiración por parte nuestra, son el ejemplo a seguir de entrega por el amor de Dios.

Los mártires nos invitan a vivir el perdón y la conversión, al estilo del mismo Jesús. Ellos hacen suyas frases como: «Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza»; «Convertíos y creed en el Evangelio»; «Mi corazón se regocija en el Señor, mi Salvador, mi fortaleza»; «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad»; «Curó a muchos enfermos de diversos males»; «Redímenos, Señor, por tu misericordia»; «La lepra se le quitó y quedó limpio»; «Cantaré eternamente tus misericordias, Señor»; «El Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados». Viven en torno a eso que creen, en torno a la vida de ese que la dio por ellos, por nosotros, por todos y cada uno de los habitantes de este mundo; Dios es universal, su Iglesia también lo es, estas personas supieron llevarlo por el mundo, por los pueblos, ciudades, aldeas, acercarlo para que lleguemos a tocarlo, a participar de su fiesta, de su sacrificio, que nos une cada domingo, porque ansiamos tomarlo y llenarnos plenamente de su gracia.

El domingo, 13 de octubre del pasado año 2013, 522 mártires del siglo XX en España eran beatificados, reconociéndose así la labor, entrega y misión que asumieron por la fe en Jesús; los mártires del siglo XX en España, fueron firmes y valientes testigos de la fe. Como lema de la declaración, fueron escogidas estas palabras de Benedicto XVI, por manifestar claramente el carisma de estas personas, que lo dieron todo por amor: «Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había transformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor, con el perdón de sus perseguidores».

Muchos, anteriormente, han sido ya declarados mártires del siglo XX en España, ya que este fue, donde los haya, uno de los peores para la Iglesia en nuestro país, sobre todo en torno a la Guerra civil que sufrimos en la década de los treinta. Y es que los que hoy han sido beatificados mártires estaban viviendo un continuo, incesante y constante compromiso con Dios y con el prójimo, un peregrinar en el que fue bien asumida la misión, el andar en la fe más la caridad, el llevar a la Iglesia a todos, con todos, el hacerla de todos, al servicio de todos; y esta labor, encomendada por el mismo Dios, asumida como misión, parece no haber gustado a quienes martirizaron a los que hoy son considerados beatos. Si nos fijamos en la historia, comprobamos que, por desgracia –más que por gracia–, esta es la historia de nunca acabar, ya que, no solo en España, sino en todo el mundo, han sido y son perseguidas las personas por creer, por manifestar, por vivir, de acuerdo a y con una creencia; es la historia que se hace nueva desde que Jesús fuese sacrificado por nosotros, por su glorificación, hecho que  rememoramos, celebramos, festejamos, cada vez que somos partícipes de su mesa.

Y, al igual que Él, hoy se glorían estas gentes del siglo XX, por verse recordadas, reconocidas, puestas como ejemplo de sacrificio, de alabanza, de amor al mismo Dios y al mismo prójimo que recorre nuestras calles. Hoy también empieza a vislumbrarse cierta persecución de aquel que cree y lo manifiesta, que vive conforme al Evangelio, saciándose, gozando y sintiendo el aliento de Jesús Sacramentado, cada vez que comulga en Misa. Pero hay que hacer frente a ello y seguir con la misión, con el caminar, con el paso lento, pero constante, sin miedo, sin pausa; esta es la historia de los mártires, desde San Esteban, el primero, protomártir, pasando por los patronos de Córdoba y su diócesis, los santos Acisclo y Victoria, teniendo presente al Custodio de dicha ciudad, a san Rafael Arcángel, que realizó su Juramento de fidelidad a una ciudad, a ostentar su custodia, protección y bendición.

Para consolidar algo es necesario gozar de la compañía, el trabajo y el consejo de alguien, de muchas personas que puedan ayudarnos a hacer de un proyecto una realidad, la cual nos sirva a todos para bien, para ofrecerla y servirla ante los demás, como oferta atractiva y fructífera. El acompañamiento, que se hace presente en el acercamiento de alguien a nosotros, supone mucho para continuar en un proyecto con una meta marcada, en una realización plena que significa mucho para nosotros, de quienes parte la iniciativa, que es acompañada por otros; de todos sale la realización de la que éramos partícipes ese segundo domingo de octubre, con la contribución de todos, todo es posible; por ello el Papa Francisco dirigió, por vídeo, un mensaje al principio de la Celebración, en el que mostraba su unión de corazón a todos los participantes en la misma, en la que un gran número de Pastores, personas consagradas y fieles laicos iban a ser proclamados Beatos mártires. Al principio de su intervención se hacía la pregunta «¿Quiénes son los mártires?», a la cual respondía diciendo: «Son cristianos ganados por Cristo, discípulos que han aprendido bien el sentido de aquel “amar hasta el extremo” que llevó a Jesús a la Cruz»; a ello añadía que «No existe el amor por entregas, el amor en porciones», solo existe «El amor total: y cuando se ama, se ama hasta el extremo. En la Cruz, Jesús ha sentido el peso de la muerte, el peso del pecado, pero se confió enteramente al Padre, y ha perdonado. Apenas pronunció palabras, pero entregó la vida. Cristo nos “primerea” en el amor; los mártires lo han imitado en el amor hasta el final». Según el Papa, los Santos Padres dicen: «¡“Imitemos a los mártires”!», a lo que continúa afirmando que «Siempre hay que morir un poco para salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, de nuestro bienestar, de nuestra pereza, de nuestras tristezas, y abrirnos a Dios, a los demás, especialmente a los que más lo necesitan». ¡Cuánta razón lleva!, es como aquella frase que dice: «El talento es algo corriente. No escasea la inteligencia, sino la constancia»; desde luego, en los mártires no escaseó para nada, no tuvieron duda de hacer constante alabanza a Dios, de trabajar por el bien que anuncia en su Evangelio, de hacer presente al Hijo del hombre en medio de nosotros. Por ello, el Santo Padre nos instaba a implorar la intercesión de los mártires «para ser cristianos concretos, cristianos con obras y no de palabras; para no ser cristianos mediocres, cristianos barnizados de cristianismo pero sin sustancia, ellos no eran barnizados eran cristianos hasta el final, pidámosle su ayuda para mantener firme la fe, aunque haya dificultades, y seamos así fermento de esperanza y artífices de hermandad y solidaridad». Por último, no se olvidó de su ya tradicional «Y les pido que recen por mí. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide».

Hace unos domingos, el Evangelio mostraba un mensaje sorprendente, Jesús entiende las cosas al revés de lo que nosotros pensamos: Jesús dice que lo entiende la gente sencilla, por tanto, nuestro desafío es pensar como Jesús, y cuanto más sencillamente nos acerquemos a Él, más lo entenderemos; más entenderemos y participaremos, como la gente sencilla que era beatificada, de la siembra de paz, entenderemos bien de qué trata el mensaje del bendito el que viene en nombre del Señor; se trata de tener el espíritu de Jesús, pensar como Él, tener sus valores, vivir a su estilo; es nuestra tarea: día a día, momento a momento, conocer mejor a Jesús hasta vivir con su mismo Espíritu, como hicieron los mártires hasta el punto de que su alma se enamorase de Dios, y es que, como dice san Juan de la Cruz: «El alma que está enamorada de Dios es un alma gentil, humilde y paciente». Ellos entendieron que la puerta de Dios siempre está de par en par y se la ofrecieron, se la mostraron, como Dios nos enseña, a todos, a los que no y sí lo aman, a los que sí y no lo llaman, responden, porque no creían andar carrera vana, sino caminar sembrando frutos, que esperaban recogerse bien. Son unos servidores que nos traen a Jesús, que nos lo anuncian para dar o seguir dando testimonio de pura entrega y servicio; aunque a ellos les fue lanzado algo perjudicial que les sirvió para cultivarse, para superarse haciéndole frente, dejando de estar subordinados, siendo, más bien, fuertes, valientes y servidores al anunciar la vida alegre y triunfante del que entregó su vida por ellos, con un comportamiento similar a este, que los ha hecho llegar lejos y ser recordados como lo que fueron, como ellos quisieron que lo fueran, así, mártires de la fe, en este año que era dedicado a dicha virtud teologal.

Lo que consideramos más importante en nuestra vida es lo que marca el fin hacia el que estamos dispuestos; nuestra vida está movida, así, por ello, y por creerlo, hacemos todo lo que hacemos; por eso es muy bueno plantearse siempre cuáles son los principios y fundamentos de nuestra existencia, que hacen arraigar una serie de hechos que marcan nuestro sentir y vivir. San Ignacio, así lo hizo, los mártires también, creyeron firmemente, se arraigaron y edificaron en Cristo, firmes en la fe, para ir y hacer discípulos a todos los pueblos y naciones de la tierra, con el anuncio alegre, victorioso y gratificante del Evangelio, que espera fructificar en las almas de muchas gentes, que acepten a Jesús como el Dios del amor, ejemplo para todos, para nosotros, desde la misma Virgen María, que lo concibió, que fue concebida sin pecado original, contribuyendo así a la obra de la Salvación de Dios; contribuyamos hoy nosotros, siguiendo a la Madre y a cuantos hijos la han seguido, porque han creído y creemos en la Buena Nueva del Niño Dios.

Jesús Cuevas Salguero 2/08/2014